Monseñor Sensatez
Orlando Fedeli
Había una vez un viejo monseñor, tranquilo, gordo y alegre que gobernaba nuestra parroquia por casi cincuenta años en los rincones del estado lejano de Minas Gerais.
Era un monseñor de otro tiempo, del tiempo de Pio XII.
El pueblo humilde confiaba en sus consejos y le contaba sus preocupaciones.
Al pueblo le recibía con paciencia, oía las largas y complicadas quejas y los despedía satisfechos debido a su orientación segura y sencilla.
Un día, pasó por la aldea un coche ruidoso, con altoparlantes que expulsaron con gritos la tranquilidad y el silencio que había en las calles y plazas. Del coche salieron muchachos de la ciudad, que gritaban usando megáfonos de verduleros y conversaban con voz suave. Usaban un estandarte rojo, chaquetas apagadas y algo parecido a un babero del mismo color del colgante. Criticaban el comunismo. Entraban en las casas. Hablaban de Dios. Ganaban confianza. Almorzaban y lograban contribuciones mensales. Con ajuste monetario. Entre los frijoles y los churrascos, hablaban de un gran castigo y de un profeta que vivía en una gran capital. En un apartamento. En Higienópolis. En São Paulo.
Los pueblerinos oían asombrados y desconfiados. Jamás se había escuchado algo así: Un profeta que vive en un apartamento. ¡En Higienópolis! Los jóvenes de la ciudad, elocuentes, confirmaban: “El ojo jamás vio y el oído jamás escuchó un profeta igual. ¡Fenomenal!”
Monseñor, cuando consultado, pidió cuidado: ¿“No les dijeron que vendrían falsos profetas que seducirían a muchos? ¡Ojo!...”
De nada sirvió.
Fascinados por los rubros estandartes con león de barriga cavada y lengua larga, asustados por las amenazas de castigo inmediato - la Bagarre - llenos de esperanza de conocer a un profeta de verdad - en Higienópolis! – algunos de los muchachos de la aldea partieron con la caravana de baberos rojos. Iban a São Paulo para ver y oír al Profeta y sus electos.
Monseñor meneó la cabeza, desconsolado.
Después de un mes, los pueblerinos volvieron. ¡Transformados! ¡Entusiasmados! ¡Alumbrados!
El profeta existía de verdad. ¡Y era inmortal! ¡Jamás se equivocaba! Aprendieron palabras difíciles. (¡Algunas en francés! ¡Francés en los rincones de Minas!)
Describían una ceremonia fenomenal presidida por el propio Profeta, con toda su carne y sus huesos. En Higienópolis. ¡Con alabardas y espadas, caballeros y eremitas! ¡“FENOMENAL”! Nada podría hacer con que se quedasen en la aldea. Anhelaban seguir al Profeta. Serían caballeros y eremitas. En el siglo XX.
Ya no conocían a los compañeros, ni al pueblo humilde en la Misa. “Con la escoria”, dijo uno de ellos. Con la “canaille”, otro contestaba.
Pero cuando pedían donativos usaban el portugués. Cuando no los pedían, miraban a las personas con desprecio.
Al Monseñor lo desdeñaban, lo trataban con cortesía y desdén, mirándolo con una sonrisa de superioridad eremita cuando oían sus consejos y advertencias pidiendo que tuviesen prudencia.
Se mudaron para São Paulo, definitivamente, abandonaron el trabajo y los estudios. Se olvidaron de la familia y…del trabajo. Especialmente del trabajo.
Para ser más sincero, a veces se acordaban de la familia. A veces…cuando necesitaban una camisa nueva o algún dinero.
El pueblo decía que se habían tornado eremitas. Volvían a la aldea cada dos o tres años. Volvieron sin el pelo - sí, se habían tornado eremitas - y cada día más empertigados. Cada día más alumbrados. Cada día más querúbicos.
En la iglesia se aislaban mientras leían misteriosas oraciones en un cuaderno misterioso. Aún durante la acción de Gracias, luego de la Comunión, miraban contemplativos a un retrato de la madre del Profeta, o a una foto del profeta cuando niño, usando una faldita. (“Estaba de moda en la Belle Epoque”, se apresaban a explicar). No estaban en la novena de San Benedicto. Interpelados, sonreían con su sonrisa de mayor superioridad y explicaban que seguir la novena de San Benedicto era una herejía blanca.
Además, era un santo menor. Un santo negro. (Así como el Profeta, estaban llenos de prejuicios, pero en aquella época ni en el cielo se necesitaba de la Ley Afonso Arinos 1).
A veces volvían a hablar con voz suave. Eso cuando conversaban con algún rico estanciero, “un miembro de la elite rural brasileña”, así los llamaban, para pedir un buen donativo para editar una obra que salvaría el Brasil, que convertiría el mundo, que empezaría la Bagarre. ¡El Profeta estaba seguro de eso! Luego de la publicación, nada más podría detener al ángel exterminador. ¡Era la Bagarre roja que llegaba! ¡Era el reino de Maria que se iba a instalar a través de las manos del Profeta! El propio Profeta había prometido. ¡Que nadie dudase! ¡Que donasen! ¡Que donasen y supiesen la verdad! Los que diesen el mayor donativo, el que hiciera posible la publicación de la obra del Profeta – FENOMENAL - eses verían.
(Había algún tiempo que el mismo Profeta había anunciado una bagarre azul, otra gris, otra de pus y otras bagarres de otros colores e otras sustancias y nada se pasó. Fueron bagarres pasadas, vividas y olvidadas...no era bueno acordarse)
Cuando no usaban la voz suave o no almorzaban ni lograban un donativo, caminaban lentos y metafísicos por la plaza, buscando a lo que llamaban “pulchrum”.
¿Qué es purcro?", ¿se preguntaban los pueblerinos intrigados, y en dónde él se había escondido?
Platicaron mucho con un primo y le explicaron el “pulchrum” de la plaza.
El día siguiente, se despertaron al mediodía. Fueron de nuevo visitar el primo para contarle como es el "tau" en el universo nacarado de la Trans-esfera.
Y que era la Trans-esfera?
Ah!... La Trans-esfera?...
Era difícil explicar lo que era la Trans-esfera. Llevaron tanto tiempo en explicaciones que...ya almorzaron y después merendaron, a las cuatro.
La Trans-esfera se relacionaba con los seres ab-aeternos, pero solo los que habían recuperado la inocencia primitiva podrían comprenderla. La inocencia solo podría ser alcanzada por la fidelidad total al Profeta, Él, que había recuperado la inocencia. Él, que era EL INOCENTE. Con mayúsculas.
Y, al contar los hechos del Profeta ya se habían cenado. Al final, el primo ya estaba inocentemente creído.
Lograron convencerlo a cambiar los brutos rincones de Minas Gerais por las glorias de la Trans-esfera.
A cambiar su vida tranquila y sencilla en la villa por una vida heroica con los que seguían al Profeta.
Y se fue el primo para…la Trans-esfera, anhelando conocer al enviado de Diós para el siglo XX.
En Higienópolis.
Y se fue.
Vio y escuchó el Profeta. Con mucha carne y viejos huesos. Vio. Gritó “FENOMENAL” en todas las escalas y tonos posibles, desde el grito hasta el fenomenal casi susurrado de admiración. Se sintió llevado al colmo de la Trans-esfera. Allí le raparon la cabeza mineira y se tornó eremita. Se tornó un esclavo del INOCENTE Profeta. Le dieron botas. Un esclavo de botas que parecía a un querubín que volaba por la Trans-esfera. Si no había recuperado la inocencia, nadie negaría que él se había tornado el propio inocente. ¡Con minúsculas, por supuesto! Como solamente algunos mineiros pueden lograr obtenerla.
En la ermita aprendió como se hacen las profundas “restricciones mentales”, usando una astucia capaz de engañar sin ofender a los principios morales. Eso fue confirmado por un famoso libro, aprobado por un célebre canonista europeo. Se tornó un “maestro de restricción mental”
Se equivocó.
Después de un año y medio, se tornó un sabugo 2.
Las ceremonias seguían siempre tan fenomenales, tan fenomenalmente siempre las mismas que hicieron con que él se caese de los excelsos y purísimos páramos de la Trans-esfera, chocándose contra el suelo de la realidad de Itaquera, feo, proletario y contaminado suburbio, sin la sofisticación de Higienópolis ni la belleza rustica de las montañas y campos de Minas Gerais.
Las conferencias fenomenales del Profeta fueron quedándose cada día menos fenomenales, cada día más fenomenalmente aburridas. Fenomenalmente rutineras.
Pesadas.
Con la frente marchita, se calló. En las ceremonias siempre dormía.
Cuando se acostaba, en las noches que no conciliaba el sueño, sintió nacer una duda en su interior: “Quizás sea yo el engañado…"
De pronto ahuyentaba esa idea diabólica, temía traicionar su vocación. Ya dormía poco y mal. (Fuera da las ceremonias).
Le dieron remedios para ayudarle a conciliar el sueño y estimulantes glucoenerganicos para que pudiese gritar fenomenal fenomenalmente. Logró un estado de euforia tres o cuatro veces, pero volvió a desanimarse. Ni los remedios lo ayudaban más.
Intentó el sobrenatural. El quidam (jefe de la ermita), le dijo que un té de las flores que brotaban en el túmulo de la madre del Profeta, da la “Madre de la Trans-esfera”, no fallaba.
Bebió el té Trans-esférico. Algo agrio y frío como un té fúnebre.
Se tornó cada día más aislado y solitario.
Escuchaba a los susurros de los compañeros: “No, no ha comprendido el profeta. ¡No aceptó el Profeta!”
Por las noches, sentía una tentación siniestra, insistente: “Quizás sea yo el engañado… ¿Primorosamente engañado? ¿Proféticamente engañado?"
Temblaba miedoso, mirando el abismo antiprofetico que ya sentíamuy cerca de sus pies y que tenía en el hondo las brillantes y oscuras llamas del infierno. Repetía oraciones, rogaba a Nuestra Señora del Buen Consejo – la Madre de la Trans-esfera - que lo ayudase a echarse del temblor.
Cuando lograba, pensaba algo peor, un sacrilegio: ¿Sería el viejo un Profeta verdadero?
“! Dios Mío!" Prontamente se santiguaba, escrupulosa y mineiramente.
Adelgazaba en un martirio marchito y silencioso, callado y no comprendido.
En esa ocasión fue llamado a una conversación sincera con el superquidam, el más amado por el Profeta, el perfecto discípulo de “ojos redondos y andaluces”.
Empezó la charla desconfiado y con todos sus instintos mineiros despiertos, pues todos sabían que el mayordomo del palacio, el discípulo predilecto del Profeta tenía los ojos rojizos cuando decía la verdad.
En esta charla “realmente sincera” (que fue secretamente grabada) le armaron todo tipo de lazos y asechanzas. Pero, en su decorrer, los ojos del Profeta no se quedaron rojizos.
La charla resincera con el superquidam no resolvió nada.
Siguió más marchito que antes. Sincera y definitivamente marchito. Resignadamente marchito. Tan marchito que se quedó conocido como “EL MARCHITO”.
En las largas y fenomenalmente aburridas charlas y ceremonias, entre una siesta y un asustado despertar debido a un enorme ¡“FENOMENAL”! de la platea hábilmente manipulada, empezó a darse cuenta de que otros también despertaban discretamente asustados, entre ellos, quién pensaría? El propio Profeta despertaba, muy discretamente asustado, de una inocentísima siesta.
¡Fenomenal!
¡Realmente fenomenal!
Fenomenal y consolador. Era la primera vez que estaba seguro de imitar perfectamente el Profeta. Inocentemente.
Luego de escucharlo contar, repetida y eternamente los hechos de su vida de niño rico en la Belle Époque, sintió la rara sensación de ya haberle escuchado algo así en la chácara.
Pero… ¿Qué sería? No lograba ver relación entre la Belle époque llena de cristales y la chácara llena de polvo de su abuelo.
¡Ah! Era igualito al abuelo Zé Bento, que ya contaba con noventa años, allá en la chácara, en Minas, contando siempre los mismos cuentos de niño pobre del campo. Sino, por la Belle Époque, por supuesto.
Un día, un antiguo eremita - un ex quidam - se le rompió los velos cuando dijo sin ceremonia ni respecto, con fuerte acento y sinceridad porteña: “El viejo se volvió loco. Adiós Reino de Maria. Cuidaré de mi vida, me voy.”
Y se fue.
Ahí se dio cuenta de que el rey estaba desnudo. Es decir, que él, mineiro, mineiro de los rincones , fuera realmente engañado.. Primorosamente engañado. Proféticamente engañado.
Abrió sus ojos y lo que vio cierta noche de verano fue un raro ejercicio nocturno de los eremitas - algunos de ellos - saltando sin pudores y con una agilidad que les dio el hábito, saltando, decía, (sin el hábito de eremita) el alto muro de la ermita de la Santa Inocencia. El día siguiente, después del misterioso y nocturno ejercicio, los eremitas atletas ya cantaban querubicamente los himnos sagrados, solemnes y heroicos en honor al Profeta.
Querubines que saltan muros!
En otra fecha, constató otra falsedad. Moderna. Electrónica.
Los eremitas solían oír siempre a las charlas grabadas del “Inocente”. Mientras lavaban los platos en la cocina, usaban modernos walkman - comprados del contrabando - en las orejas. Sorbían así toda la sabiduría profética, de ojos cerrados y cara alegre, mientras fregaban con energía y ritmo las ollas, platos y las grasientas sartenes. Un día, uno de ellos, desatento, se durmió en un cómodo sillón, con la boca abierta y el auricular en las orejas. Lamentablemente se le cayó el walkman y todos oyeron el hard rock del piadoso eremita…
Los walkmans fueron prohibidos.
En otra fecha, explotó otra bomba: el redactor oficial de las proclamaciones del Profeta - el infeliz poeta de Niteroi - saltó el muro de la inocencia.
Definitivamente.
Apostatara. Es decir, se casaría.
Y - que vergüenza - ya esperaba un hijo. Antes del tiempo. Cambiar el estandarte de la gloria del Profeta por pañales. ¡Que papelón! En esa fecha, escuchó angustiadas dudas: “Y la Caja Bagarre? ¿Dónde está la Caja Bagarre?” la caja estaba allá. Lo que no más estaba era su contenido… ¡Qué papelón!...
Se indignó al mirar de rodillas el Profeta- que también era llamado de Doctor Sufrimiento - banquetearse escuchando un concierto musical mientras se sentía terriblemente hambriento.
Extrañaba los frijoles con chicharrones de la villa. Extrañaba el queso de Minas. ¿Y el dulce de leche de su abuela? ¡Que maravilla, que cremoso! Mientras tanto, seguía de rodillas mirando a ocho heraldos - ¡OCHO!- que traían ocho postres diferentes en bandejas de plata- ¡Ocho! - para la fina degustación del paladar inocente de Doctor Sufrimiento.
Sentía crecer su indignación y el vacío en su estomago, oía gritaren a su lado, con toda fuerza de los pulmones y barrigas vacías: ¡FENOMENAL!
¡Nada fenomenal! ¡Fenomenal de verdad era el dulce de leche de su abuelita!
Tembló cuando se dio cuenta de pensar algo tan poco devoto, se imaginó con la boca llena de dulce de leche - tan cremoso… ¡Ah! Tan cremoso... - de su abuela.
Tembló de nuevo, y tembló al pensar que podría merecer el infierno si cambiara su vocación religiosa por un queso de Minas o un plato de dulce de leche.- ¡Ah! ¡Tan cremoso! De su abuelita.
Tembló por la tercera vez. No quería entrar en el infierno llevando un queso de Minas en las manos. Un Esaú mineiro. Masticaría por toda la eternidad un queso de la villa que cuando fuese comido se tornaría fuego. Lamería por toda la eternidad los labios quemados por un dulce de leche que hierve y barbulla (¡Tan cremoso!...) servido por su abuelita con cuatro demonios a su ladohaciéndole un concierto musical.
Lo sometieron a las peores culpas cuando le dijeron - en público y en la cara - todo que murmuraban contra él secretamente. Lo acusaran de estar de mala gana, de no abrirse al Profeta. De traición.
Fue condenado al desprecio de los eremitas. Fue obligado a comer en el suelo y llevar un cartel al cuelo que decía: ¡SOY SABUGO! Y tuvo que soportar los novatos recién engañados riéndose y gritando Fenomenal, desde el colmo de la Trans-esfera.
Soportó tres meses de desprecio, cuatro de castigos y seis de aislamiento oficial. Con el cartel al cuello. Luego se fue a las MInas Gerais.
En la villa tranquila, donde el tiempo bostezaba por dos séculos y donde reinaba doña tranquilidad, ni comió el queso ni encontró paz. No lograba dormir en aquella villa pacata y, caminando por las callejuelas de sol y de sombra, jamás encontró a la paz.
No encontró sosiego ni cuando subía las empinadas cuestas. Sudaba dentro de un saco, ahorcado en la corbata, bajo el sol generoso de Minas.
Su conciencia escrupulosa era un agobio y no le permitía siquiera un minuto de sueño en la aldea.
En la ermita se le daban estimulantes farmacopéicos y había dormido sueños químicos. Por ejemplo y recomendación del Profeta.
En Minas, en aquella aldea, no encontraría Mandrix ni Glucoenergon, tan útiles para darle el sueño profético o el entusiasmo de los eremitas. Sin esos medicamentos civilizados y prohibidos por la policía, sería difícil volver a la normalidad natural e mineira de vivir.
Si dormía debido al cansancio, no era el sueño de los electos. Era un sueño agobiado por el remordimiento. En sus pesadillas ya se vía en el infierno por haber traicionado su vocación y sus votos.
“!APÓSTATA!” “!SABUGO”! ¡ “A-PÓS-TA-TA”! Le decían todos juntos en sus sueños los eremitas que vivían en castillos dentro las nubes nacaradas de la Trans-esfera.
¡MINEIRO MARCHITO! Le gritaban los pibes ardorosos y crueles, acurrucados en el alto muro de la ermita de la primera inocencia, el mismo muro que los querubines caradura saltaban ágilmente por las noches.
Adelgazó.
Usaba siempre la corbata con el nodo cada día más apretado en la garganta flaca.
Empezó a tener tics. Cuando, en su miente la “bagarre” estaba en el colmo, escuchó las lentas campanadas de la vieja campana rajada de la matriz. Se acordó del viejo monseñor, tan paciente, tan experimentado, tan mineiramente sensato, que se lo llamaban Monseñor Sensatez.
Fue buscar al Monseñor Sensatez. Para confesarse, para aliviar su agobio, sus escrúpulos, para rogar el perdón de su apostasía- si hubiese perdón para un crimen tan grande - para que fuese absuelto- si posible- por haber traicionado los votos hechos al Profeta.
Al Monseñor le dijo cosas increíbles que podrían hacerlo caer desde el cielo si no estuviera seguro en la sensatez y sentado en el sólido banco del confesionario.
Le contó del té de flores de túmulo, de los besos en los pies del Profeta, de las letanías y parodias de Ave Maria para el Profeta y su madre. Le contó del estuche con uñas del pie del Profeta, devotamente besadas antes de dormir, en las tentaciones y peligros, todo aprobado por Fray Dolarino, aseguraban los eremitas y el Profeta. El desesperado pecador explicó, a la sensatez asombrada del Monseñor, las ceremonias pomposas y secretas doctrinas sublimes. Le reveló la profunda teoría de las “restricciones mentales”, los códigos secretos… Le desveló - supremo arcano - que en el Reino que fundaría el Profeta, la reproducción humana sería a través de la palabra y no más por el camino natural. Aseguraba- y el monseñor aún no sabía con que verdad - que todo fuera aprobado por Fray Dolarino. Así habían dicho. Contó de las noches en que saltaban los muros y etc, etc.
Muchos etcéteras. Y entre ellos pasaba el Profeta, llevado en sedia gestatoria, - igual que el Papa - o entre los besadores “pasillos españoles”, recibiendo los devotos y ardientes besos de sus esclavos arrodillados mientras él pasaba, en las manos, en los pies (en los zapatos), en los brazos, en la espalda, en donde pudiesen besarlo.
Entre los etcéteras habían algunas capillas clandestinas en donde se incensaba secretamente al Profeta, presente o retratado. Pero eso solamente cuando no estuviesen allá los curas amigos del Profeta…Cuando estuviesen, ¡Jamás! No comprenderían.
Había votos de seriedad y Ordos con nueva lista de pecados mortales, escondites en donde el lugar más meritorio era ocupado por un hueso de la madre de la Trans-esfera junto a un crucifijo. (Fray Dolarino no pensaba que eso era contra la doctrina o el derecho canónico, así le dijo el Inocente Profeta, intentando calmar sus escrúpulos canónicos).
Por lo tanto, él, sabugo que traicionó eso todo por un lambuceado platito de dulce de leche, era un apostata sin perdón. Un precito sin remisión, condenado eternamente al infierno, a llevar eternamente un queso mineiro en las manos.
Monseñor espiaba entre las rejas del confesionario el agobio del pobre sabugo que le preguntaba:
- “¿Tendré perdón, Monseñor? ¿Habrá redención para un sabugo apóstata? ¿Habrá perdón para ese nuevo Esaú? ¿Qué dice el derecho canónico de un caso así, Monseñor? ¿Y Fray Dolarino, me perdonará?"
- “! No te preocupes con Fray Dolarino!”- dijo Monseñor, dejando su tranquilidad por un momento. “! Deja de tonterías, hombre!”
Se controló y empezó a hablarle de Jesús y de su misericordia. Que se olvidase del derecho canónico por ahora. Le explicó el catecismo, le contó que los fariseos buscaban a Jesús con el código sabático en las manos y no entraban en el cielo ni permitían que otros entrasen.
Entre una lágrima y un sollozo, el pobre aún logró preguntarle:
- “¿Pero mi pecado, tiene perdón, Monseñor? ¿No soy obligado a seguir al Profeta? ¿Cuando venga la Bagarre no seré llevado al infierno en un plato volador? ¿No sería mejor escribir al Vaticano pidiendo que dispensen mis votos?"
Monseñor le contestó:
- “Solo si quieres enviar el pedido en un plato volador al Vaticano. ¡Deja de tonterías, hombre! El infierno es real, pero para los que roban para si mismos la gloria que se debe a Dios. Infierno es para los falsos profetas tibios. Sepa que hay dos tipos de mineiro: el que compra tranvía de paulistas y el que compra solamente chorizo hecho por el compadre. Tú compraste el tranvía, mi hijo. Tú no compraste ni comiste chorizo de compadre. Comiste chorizo de ratón y pensabas que era lomo de cerdo. Tu estabas en una secta y pensabas que estabas en una orden religiosa”.
El pobre, con los bríos mineiros sacudidos, ya se calmaba y podía oír mejor al Monseñor que le aseguraba que sus votos, absurdos e irregulares no tenían ningún valor, que estaban nulos, que no existía ningún profeta inmortal, el único que jamás se equivocaba era el Papa, aún así, bajo de algunas condiciones. Bajo algunas condiciones…
Que las ordenes talmúdicas, ceremonias, reliquias y etc son pura locura.
- “Pero, ¡Fray Dolarino aprobó!”…
- “Pues aprobó paranoias, Dolarino con su código” se impacientó de nuevo el confesor.
- “Monseñor, ¡él es un canonista famoso! El Profeta invirtió en la edición de sus libros en Nueva York."
- “Ya lo sé…Chorizo de compadre para compadre”, comentó el viejo y experimentado sacerdote. “Chorizo para compadre. Abre tus ojos, mi hijo. Abre también el Derecho Canónico, y verás que no hay en él ningún artículo que castigue el que se dice Napoleón o inmortal. El que se dice Nabucodonosor o Melquisedec. Abre tus ojos y lee un buen libro de historia, así verás cuantos falsos profetas ya distribuyeron de todo, desde el agua sucia del baño como si fuera agua bendita. Verás cuantos profetas inerrantes ya surgieron en ese mundo y acabaron en manicomios o en las hogueras de la Inquisición. Pues la Inquisición surgió para hacer chicharrones de los falsos profetas, que engañan al pueblo de Dios, aunque siempre tuvieron un Fray Dolarino en su tiempo, pues todo vivo tiene muchos compadres que le dan buen chorizo! De lomo de cerdo. El caso de su profeta no es canónico, es policial. !Y psiquiátrico… sin dejar de ser teológico! Lo que hace es condenable por la sensatez, luego por la Teología y por la Moral y es, por lo tanto, condenable por el Derecho Canónico. Sin embargo, por el código muy examinado. Sin chorizo de compadre a través de los artículos penales. En cuanto a la Bagarre, ya se te vino y ya pasó. Agradece a Nuestro Señor por librarse del ridículo babero rojo, de la orden talmúdica y del profeta de Arabia con sus votos absurdos y siéntete en paz. Cuando el viejo falso profeta esté cerca de la muerte, reza una Ave Maria por su alma- el necesita de muchas- para que Dios le traiga arrepentimiento en la hora de la muerte, de quién nadie escapa."
Sigue su entierro, meditando, por lo menos mentalmente que “Solo Dios es inmortal”.”
El pobre Esaú se levantó, absuelto y sosegado. Agradeció al viejo Monseñor y, después de algunos pasos volvió sobresaltado.
- “¿Monseñor, puedo quitarme el saco? ¿No es pecado salir sin el saco?"
- “No, no es pecado. Puedes salir sin el saco. Ni la ley de Dios, ni el Derecho Canónico pueden obligarte a usar el saco. No hay virtud en usar un saco ni pecado al quitarlo. Vete en paz, mi hijo. Y sin el saco. En paz, sin saco.”
El pobre muchacho volvió a su casa, silbando y sin corbata por las tranquilas callejuelas, llevando el saco de los escrúpulos en los brazos.
Entró en casa cantando, besó su madre y su hermana (ya no lo hacía durante mucho tiempo) y subió a su habitación para guardar el saco.
Desde la escalera, alegre, gritó a su madre: “Hazme, por favor, frijoles con chicharrones para el almuerzo. Y dulce de leche de la abuelita, con queso, de postre.”
En el antiguo armario, de puertas ruidosas, se deparó con un viejo traje negro y un “babero” rojo bendito por el propio Profeta. Echó el babero a la basura, sin pensar en lo que Fray Dolarino diría, según el Código Canónico de la profanación de esta reliquia.
Agarró el traje negro mientras se acordaba de un himno de la Misa Melquita: “Hagyos ó Theos”, “Hagyos Atanathos”- Ó Dios Santo, Ó Dios Inmortal.
Jamás usaría de nuevo el saco en las cuestas soleadas de Minas.
Jamás…En ese momento, se acordó que, para un entierro el traje negro seria útil, pues solamente Dios es inmortal.
“Hagyos ó Theos", "Hagyos Atanathos"
Solo Dios es inefable. Aunque todos los Frailes Dolarinos autoricen el contrario. En letanías.
Y, silbando, cepilló el traje negro.
1 - Ley Afonso Arinos: Ley contra el racismo en Brasil
2 - Sabugo: Jerga usada para los que se alejaban de la TFP