Iglesia y religión
Los curas guapitos
Jaime CAMPMANY
Los curas guapitos
Abc / Por Jaime CAMPMANY
PARA promocionar la ciudad de Roma, que es algo así como elevar el Himalaya, han editado un calendario donde los doce meses del año vienen ilustrados con la imagen de un cura bonito. Ya lo habrán visto ustedes reproducido en las páginas gráficas de este papel.
Hasta ahora, esos calendarios de promoción venían prestigiados con las fotografías de actrices famosas en poses más o menos insinuantes o con jais de bandera de esas que no necesitan ser actrices ni nada. Les basta con ser. Estas últimas suelen aparecer aligeradas de cualquier «torpe aliño indumentario», y algunas veces «Play boy» y otros catecismos del sexo las ofrecen in púribus, o sea, en pelota picada. Este de los curas guapitos es un reclamo nuevo con una añagaza erótica.
Los doce curitas guapos son presentados en el calendario romano con el criterio opuesto. Todos van vestidos con sotana y algunos hasta se tocan con teja o con bonete. En un tiempo en que los curas van por la calle o andan por las sacristías vestidos con vaqueros y camisas tejanas, sacar curas ensotanados y con la chola cubierta puede ser incluso una provocación. Es como sacar a las vicetiples con hábitos de monja. Como sabe muy bien Don Juan, la ocultación aumenta el morbo. Cuando todo se enseña, ya nada se espera, y al poco las miradas se van para otro lado donde haya veladuras.
Dicen que ha descendido notablemente el número de vocaciones, y es que eso del celibato obligatorio se hace cada vez más cuesta arriba en este mundo de tentaciones, en este «jardín ameno» plagado de áspides, que diría el padre Coloma. No sé como andarán de rijo los curas de ahora y si la lujuria los tendrá «más a punto que san Hilario». Quizá estén como siempre, porque el pecado más natural en los curas es la lujuria si son jóvenes y la gula si son viejos. Si se libran de uno y otro es peor, porque entonces caen en la soberbia, que es el pecado de los ángeles rebeldes. Hace tres o cuatro siglos llegó desde Roma una instrucción que exhortaba al clero de España a abandonar ciertas costumbres non sanctas y sobre todo a abandonar a la barragana, que era institución muy extendida. La respuesta fue clara y terminante: «Pasamos por todo, menos por lo de la barragana», venían a decir los clérigos.
Hubo un tiempo en que la literatura buscaba la originalidad y el moderado escándalo en los amores de curas. Zola nos contó las conquistas del abate Mouret, Eça de Queiroz los pecados del padre Amaro, y aquí Juan Valera casó a Pepita Jiménez con un seminarista, «Clarín» contó la historia de «La regenta» y don Benito publicó «Tormento». A mí nunca se me ha ocurrido crear curas literarios ligeros de sotana y con el oremus revoltoso, pero cuando dirigía medios de comunicación fui casando, uno tras otro, a todos los curas que llamé para que atendieran la información religiosa, que adquirió mucha importancia informativa tras el Concilio. La Iglesia me lo perdone. Doce curas guapitos en colección. Pues ya veremos cómo las romanas caprichosas van por ellos. Oh, el pecado de lo prohibido.
Fonte : Arzobispado de Pamplona 23 de abril de 2003 - Resumen Diario de Prensa
(<http://www.iglesianavarra.org/> ).
Para citar este texto:
"Los curas guapitos"
MONTFORT Associação Cultural
http://www.montfort.org.br/esp/imprensa/igreja/igreja20030423_3/
Online, 22/11/2024 às 14:46:49h